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[CRÓNICA]: Historia de un parquecito

Foto del escritor: Jefes deLaCalleJefes deLaCalle

Desde la Lima más antigua, cuyas calles fueron las primeras en labrarse, el Parque Universitario fue la cuna de políticos callejeros y transeúntes nómades que cumplían su cuota capitalina. Desde descanso burgués hasta rotonda de ambulante, la historia de este parque quedó zanjada en cada una de sus grietas.


En medio del bullicio del centro limeño, en el cruce de la Av. Abancay y la Av. Nicolás de Piérola, está un “parquecito” rodeado de una casona amarilla (La Casona de San Marcos) y una torre impotente que le da inicio y presencia (La Torre Alemana).

Lo que a simple vista podría parecer una vieja belleza olvidada, son monumentos que datan de un siglo atrás, cuando los suelos eran campos y el parque tan sólo era una huerta. En esa época, eran como 5 cuadras grandes que hoy conocemos, de huertas que pertenecían a los padres jesuitas “la huerta de la Chacarilla de San Bernardo” que poco a poco se convirtió en casas y calles.

La Casona de San Marcos como Universidad se instaló aquí en 1870, juntó con la ciudad universitaria. Pero no fue hasta 1920 que se empezó a construir el Parque Universitario y hasta 1921 que los residentes alemanes regalaron la Torre Alemana por el Centenario de la Independencia del Perú.

Ahí nació la revolución y el parque dio un giro.

Hasta el momento, la vida alrededor les había pertenecido a los burgueses, al centro limeño y los alrededores eran de la clase privilegiada, sin embargo, una vez construido el parque, se convirtió en tribuna de debates políticos callejeros, libres, independientes, sociales y dispuestos al diálogo, estaba abierto a transeúntes y recibía a toda clase de ambulantes dispuestos a ofrecer sus talentos.

Además, fue escenario de revueltas y manifestaciones estudiantiles, por lo que, incluso en 1966, San Marcos abandonó su sede universitaria. Después de ello, los ambulantes aumentaron, pero la cultura citadina tomó el control.

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Hoy, el Parque Universitario parece tener sus propias costumbres.

En la misma recta de la Av. Nicolás de Piérola a menos de media cuadra, 4 o 5 señoras en la esquina, con carretillas de comida, cada una con 2 o 3 bancas ofrecen su comida, un menú del que puedes elegir entre 5 o 6 platos.

A la entrada, sin importar por cual puerta, será imprescindible elegir entre choclo con queso, humitas, papa con huevo o los comunes huevos de codorniz, típicos platos de la calle limeña.

Adentro, encontramos a los que forjaron su tradición, los cómicos ambulantes, aún en la rotonda, con bromas absurdas que reflejan nuestra sociedad y sus problemas. Mientras bajo el sol en las graderías, con sombrillas, las familias aplauden y se ríen, como si el tiempo se hubiese detenido, como si el 2003 sería igual al 2023, las mismas bromas, las mismas risas.

Como si el parque, nos seguiría contando la misma historia.


- Andrea Llerena


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