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[COLUMNA]: El arte del morbo

Foto del escritor: Jefes deLaCalleJefes deLaCalle

Un parque concurrido del Centro mantiene viva la tradición de antaño: música, gritos alegres y carcajadas te incitan a fijar la mirada en una rotonda donde hombres y mujeres bromean a diario con la esperanza de recibir unas cuantas monedas de sol. En una Lima con dificultades para conseguir un trabajo digno, la mofa hacia la mujer, promiscuidad, violencia y transfobia son una oportunidad para ganarse el pan.

Bastaron veinte minutos para presenciar un show humorístico de apología a la violencia contra la mujer que dejaría en duda tal declaración que me había llevado a la reflexión y empatía: "En Asocap no se permiten obscenidades. Se regula el uso de lisuras y la interacción con el público", manifestó el Director de la Asociación de Cómicos Ambulantes del Perú, José Cervantes, mejor conocido como el "Michael Jackson peruano".


De todas maneras, no todo es blanco y negro.


Y es que el peruano tiene un sentido del humor particular. Desde nuestras jergas, hasta las propias desgracias —como tener seis presidentes en siete años y que a una mujer “le roben, arrastren por el piso y rompan el pantalón”, como mencionaba un comediante del lugar— son recursos narrativos teatrales que ensalzan la comedia nacional. Claramente, un reflejo de nuestra sociedad.


En pleno Centro de Lima, en la avenida Nicolás de Piérola, cruzando la acera que da a la Corte Superior de Justicia, está el Parque Universitario; zona que de viernes a lunes por la tarde es motivo de atracción para los ciudadanos de a pie que miran el show con timidez detrás de las rejas que encierran la plaza. En medio de ella están Sarita La Peke, Pansito, Michael Cervantes, El Huancaíno, entre otros.


Boquita La Ronquita y el conocido Jhonny Carpincho — a quien veremos más seguido por la reapertura de un programa de cómicos ambulantes en la televisión nacional— demostraban la precariedad del oficio dando un espectáculo con aquel micrófono que cada tanto hacía interferencia. Ambos llamaban a los artistas más jóvenes para interpretar roles femeninos mientras se turnaban para colocarse un microvestidito rojo y caminar ajustando las piernas de manera exagerada en medio de lo que llaman el anfiteatro.


"Así, selladitas (...) Quince años. Claro que la mujer según pasan los años ya no es igual".


Lamentablemente en donde está la burla, denigración y parodias es donde solemos sentirnos más cómodos. Algunos de los artistas callejeros afirman no ver nada de malo en sus disque “bromas”: “Hacemos un show sano, sin lisuras. Nosotros somos muy poco de hacer esto de estar vestidos de mujer…”. - Afirmaba el más joven de los cómicos luego de haberse quitado el atuendo rojito.

El morbo genera un negocio dentro de la criollada y quiénes somos para juzgarlo.






***

A pesar del intenso e inusual calor que perdura en el otoño limeño, hay un público —de no más de cuarenta personas— que observa atento todos los movimientos de los artistas en escena. Alrededor del anfiteatro hay otro espectáculo que mantiene vivo al parque: el comercio ambulante.

Lo curioso es que la concurrida plazuela del Centro de Lima tiene sus propias normas y monopolio. ¿A dónde irían todos esos vendedores callejeros si no estuviese el espectáculo?

Sombrillas alquiladas para no espantarte con los 30° grados que recalientan las gradas de cemento y uno de los muchachos que se acerca con una gorrita esperando recibir dinero de tu parte.

Cada tanto los propios cómicos salían de su agujerillo que está detrás de una pancarta usada como bambalinas. Aparecen mágicamente a los cinco minutos vendiendo helados de vasito y gaseosas. Detrás del show, una cama saltarina para los más pequeños, manzanas acarameladas e incluso un puestito de protección para los gatitos de la zona.

Desde el mediodía el equipo de Asocap trabaja sin pausa alguna. Se turnan entre sí para brindar un show ininterrumpido hasta las seis de la tarde, y se rigen por un reglamento que si se incumple es sancionado.

Entre chistes blancos, una que otra alusión a los miembros viriles y un tierno show de magia de Pancito que invita a los niños al juego, todo parece transcurrir con normalidad hasta las tres. Cinco cachetadas en menos de un parpadeo te hacen pensar si realmente es un espectáculo apto para que infantes menores de seis años estén revoloteando en los escalones. Son dos hombres golpeándose, pero uno de ellos está vestido de mujer, así que la imagen mental es otra.


- Lucía Rojas



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